sábado, 18 de junio de 2016

Otra vez Granada

Al contrario que el poeta yo si había ido a Granada. Pero hacía ya tantos años que la añoranza se hizo esperar, y seguro que al ser sabio el devenir de los tiempos, esperó el momento adecuado.
Porque siempre hay un sitio y un momento oportuno y concreto que hace que los instantes se detengan en el tiempo y se saboreen en su plenitud.
Y llegó el momento del reencuentro con Granada, y eso fue después de 39 años.
Y el tiempo no pasa por ella, la encontré aún más hermosa. Y quiso internet y el destino que nos acogiera en el Albaicín, en el Albaicín bajo, en una casa del siglo XVI. Con salón al balcón que ilustra este post, y con ventana del dormitorio al Carmen de la casa y como fondo la Alhambra.
Y que más se le puede pedir a la vida, bueno si que pare el tiempo, que capture ese instante, regalo para los ojos.
Belleza firme y sin igual, embrujo y sentimiento.
Cielo, si può non chiedo
Di più non chiedo, non chiedo
Ah! Cielo, si può, si può morir!
si può morir...
Si può morir d'amor

Tres días intensos, primero hasta la Alhambra en un viernes a la tarde, después del cus ccús y el tajine de ternera. Después del embrujo moro del te y los dulces.
Fue el encuentro de la cuesta Gomérez con los recuerdos y las sensaciones antañas, la evocación del cariño, la necesidad de volver a cruzar la puerta de las Granadas.
Después vino la Alcazaba y el regalo de sus hermosas vistas, los palacios, el patio de los leones, el Generalife y el descanso merecido en una terraza cualquiera de una estrecha calle del Albaicín frente a la tapa y el vino blanco, poniendo en orden los ya recientes recuerdos. Saboreando la vista y el pensamiento.





El sábado continuó con la subida en autobús hasta San Cristobal, su mirador,  para iniciar un lento paseo hasta la plaza larga, el Salvador, la placeta de la charca, el mirador de San Nicolás,  la placeta de la cruz verde. Todo un ensueño de calles estrechas, escalonadas y siempre al volver la esquina la Alhambra vigilante.
No tiene precio esa parada en una pequeña terraza para refresco del cuerpo y deleite del alma con la Alhambra vigilante al fondo y acabar en el mirador de los Carvajales.


Y así continuo la tarde, sin rumbo, pateando calles, cambiando de barrio, llegando hasta la catedral, viendo la otra Granada. Avanzando siglos en el tiempo pero sin cambiar de belleza.


El domingo vino completado con el Albaicín que se escapó el día de antes, tomando como punto de partida la plaza Nueva  y remontando el Darro hasta el puente del Aljibillo, cuesta de Chapiz y vista al palacio de los Córdova y perderse nuevamente por sus estrechas calles hasta llegar a la placeta de Porras y bajar por la Caldería Nueva para despedirse de la ciudad en torno a una comida.









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